En mi cumpleaños, mi marido me regaló una caja vacía de un teléfono, mientras que mi suegra grababa mi reacción con su flamante iPhone: a mi marido le parecía gracioso… hasta que yo lo puse en su lugar.

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En mi cumpleaños, mi marido me regaló una caja vacía de un teléfono, y mi suegra grababa mi reacción con su flamante iPhone: a mi marido le parecía gracioso… hasta que yo lo puse en su lugar. 😱😱

Era mi aniversario —40 años— una fecha importante para la que me había preparado mucho. Decoré la casa, puse la mesa, invité a familiares y amigos. La noche empezó de maravilla: risas, música, brindis, recuerdos. Todos me felicitaban, me abrazaban, me deseaban felicidad. Estaba realmente feliz… hasta cierto momento.

Cuando llegó la hora de los regalos, estaba especialmente nerviosa. En el fondo esperaba que mi marido me regalara un teléfono nuevo —el mío se había estropeado recientemente, hundido en el fregadero por culpa de nuestra pequeña hija.
Entonces él se acercó con una amplia sonrisa y me entregó la ansiada caja naranja. Tenía el logo de una marca conocida. No podía creer lo que veía.

—Venga, ábrelo —dijo, conteniendo a duras penas la risa.
Con manos temblorosas quité la tapa… y me quedé paralizada.
Dentro no había nada. Ni teléfono, ni instrucciones, ni siquiera el cargador. Solo una caja vacía.
Mi marido estaba a mi lado riéndose a carcajadas, y mi suegra grababa mi reacción con su nuevo iPhone —el mismo que supuestamente debía estar dentro de esa caja.

—¿Divertido, verdad? —dijo él, sin poder respirar de la risa.
Los invitados callaron. La habitación quedó en un silencio incómodo.
Sentí que se me formaba un nudo en la garganta. Pero no quería montar un espectáculo. Fingí sonreír y agradecí por el “original” regalo. Por dentro todo hervía.

Cuando la fiesta terminó, mi marido, satisfecho consigo mismo, salió a despedir a los invitados. Fue entonces cuando empecé a ejecutar mi plan de venganza. Hice algo que le quitó la risa de la cara. 😨🫣

Con sigilo recogí algunas cosas suyas: el cepillo de dientes, un par de camisas, el cargador, la maquinilla de afeitar. Lo metí todo en una bolsa y la dejé junto a la puerta.
Cerré la puerta con llave por dentro y apagué la luz.

Unos minutos después llamó a la puerta.
—Ábreme, ¡me dejé las llaves! —dijo, todavía divertido.
Me acerqué con calma y respondí:
—Puedes quedarte en casa de tu madre. Allí están el iPhone, la diversión y los vídeos. Yo, mientras tanto, pensaré si necesito a un payaso en casa.

Él se quedó afuera, sin creer que hablara en serio. Yo me senté en el sofá, me serví una copa de champán y por primera vez en la noche sonreí de verdad.

A veces el mejor regalo es recordarle a alguien que las bromas tienen consecuencias. 🎁💔

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