Mi perro Loki y yo éramos mejores amigos mucho antes de que él apareciera en mi vida —mi futuro esposo.
Pasamos juntos todos los momentos importantes de mi vida: cuando me propuso matrimonio, cuando me casé y cuando supe que estaba embarazada.
Loki siempre estuvo a mi lado, leal y sensible a cada uno de mis estados de ánimo, como si fuera parte de mí misma.

Con mi esposo, nunca tuvo buena relación. Él nunca mostró interés por ella, no la alimentaba, no jugaba ni la acariciaba. Todo eso lo hacía yo, con amor y gratitud, porque este perro estuvo conmigo cuando no había nadie más.
Después de enterarnos del embarazo, Loki parecía haber cambiado. Tenía una nueva actividad favorita: siempre se acostaba cerca de mí, apoyaba la cabeza en mi vientre y escuchaba cómo crecía la nueva vida.
A veces, cuando el bebé se movía, ladraba alegremente, como si se alegrara conmigo.
Pero cuando mi esposo se acercaba y tocaba mi vientre o intentaba acariciarlo, Loki gruñía, se interponía entre nosotros y me protegía. Una vez incluso lo mordió en la mano. Entonces pensé que solo estaba celosa o que intentaba proteger al bebé.

Me equivoqué.
Después del nacimiento del niño, finalmente descubrí la terrible verdad, que mi perro ya sabía mucho antes y trataba de advertirme, pero yo no presté atención…
Después del parto, un día, cuando mi esposo se fue al baño, tomé su teléfono solo para poner la alarma. Y accidentalmente abrí una conversación con su madre.
Mi corazón se detuvo al leer:
—No quiero a este niño. Ella lo escogerá a él antes que a mí. A veces pienso en lo fácil que sería si él no hubiera nacido. Lo odio…
Me quedé inmóvil, sin sentir mis manos. En ese momento entendí todo.
Loki había sentido su maldad incluso antes de que yo misma la viera. Sabía que mi esposo quería hacerle daño al bebé.

Ella no solo me protegía a mí —estaba protegiendo la vida de mi hijo.
Ahora, cuando veo a mi hijo acariciándole el rostro, pienso: si no fuera por ella, él no estaría aquí.







