Una maestra de primaria notó que una de sus alumnas, después de las clases, enterraba sus libros y cuadernos bajo un árbol; la maestra quedó en shock al descubrir por qué lo hacía.
En la clase siempre destacaba una alumna: una niña callada, reservada, pero increíblemente inteligente. Sabía las respuestas a las preguntas más difíciles, resolvía los ejercicios más rápido que los demás y leía como si absorbiera cada palabra con el corazón. Pero no tenía amigas y se mantenía al margen. Sus compañeros la evitaban: todos sabían que provenía de una familia pobre y la molestaban con burlas.

La maestra sentía compasión por ella, pero lo que más le preocupaba era otra cosa. Cada día, después de las clases, la niña no se apresuraba a ir a casa.
Se dirigía al patio tras la escuela, se sentaba bajo un árbol viejo y pasaba mucho tiempo escribiendo en sus cuadernos, resolviendo ejercicios y leyendo libros de texto. Y luego hacía algo que dejó sin aliento a la maestra: cavaba un hoyo y enterraba allí sus libros y cuadernos, cubriéndolos con tierra.
Esto se repetía día tras día. Finalmente, incapaz de contener su curiosidad, la maestra se acercó a la niña y le preguntó con suavidad:
—¿Por qué haces esto?

La niña se detuvo, abrazó sus cuadernos contra el pecho y respondió en voz baja. La maestra quedó en shock al escuchar su respuesta:
—Mi papá no debe verlos. Me prohíbe estudiar.
Entonces siguió una confesión que conmovió profundamente a la maestra. El padre creía que las mujeres solo debían aprender a cocinar, lavar y limpiar. Se oponía a la escuela, decía que el conocimiento arruinaba a la niña y que su futuro debía ser casarse a los dieciocho años.
Una vez, cuando sorprendió a su hija estudiando, le arrancó todos los cuadernos, rompió los libros y los arrojó al fuego. La niña lloraba, suplicando que no le quitaran lo único que le daba alegría, pero su padre se mantuvo inflexible.

Desde entonces, ella escondía sus libros bajo el árbol para que su padre no los encontrara. Se sentaba en la fría tierra, hacía sus deberes, los enterraba de nuevo y regresaba a casa como si no tuviera nada.
La maestra escuchaba, sin poder creer lo que veía: delante de ella estaba una niña que luchaba por su derecho a aprender, escondiendo el conocimiento como un tesoro secreto.
En sus ojos había lágrimas y en su corazón crecía la determinación: no permitiría que esta niña perdiera su futuro.







