En la playa, de repente un perro corrió hacia un montón de arena, empezó a gruñir y ladrar, y luego comenzó a cavar. Lo que sacó de la arena dejó a todos en shock.

Interesante

En la playa, de repente un perro corrió hacia un montón de arena, comenzó a gruñir y ladrar, y luego empezó a cavar frenéticamente. Lo que sacó de la arena dejó a todos en estado de shock.

Era un día caluroso y común. Había mucha gente en la playa. Los niños construían castillos de arena, moldeaban figuras, se enterraban unos a otros y corrían por la orilla. Algunos descansaban en familia bajo sombrillas, otros jugaban con amigos, nadaban, tomaban el sol o jugaban a la pelota. Parecía que sería un día más de verano cálido y despreocupado.

Entre los presentes estaba un hombre de unos cuarenta años. Alto, con una gorra tipo panamá que lo protegía del sol, paseaba tranquilamente por la orilla con su perro, un can de pelaje corto y color rojizo, con un collar negro. Él sostenía la correa y de vez en cuando le hablaba a su mascota, que movía la cola alegremente, olfateando el aire y dejando huellas en la arena.

Todo cambió en un instante.

El perro se tensó y giró bruscamente la cabeza hacia un gran montón de arena cercano, que seguramente los niños acababan de formar antes de irse a nadar. De repente, el perro salió disparado. El hombre no pudo reaccionar a tiempo: se le escapó la correa y el perro corrió directo hacia el montón.

Al principio pareció un juego. El perro empezó a gruñir y ladrar, dando vueltas alrededor de la pila de arena, luego cavó frenéticamente. La arena volaba por todas partes, y el perro se enterraba cada vez más, ignorando los gritos de su dueño y las miradas de los curiosos.

— ¡Ey! ¡Tranquilo! — gritó el hombre, corriendo para tratar de alejar al perro. Pero el animal ladraba más fuerte y continuaba cavando.

Pensó que quizá había olido restos de comida o basura, o tal vez algún juguete enterrado. Pero cuando se inclinó para agarrar el collar del perro, su mirada se posó en algo que apareció entre la arena… y se quedó paralizado.

El hombre sacó su teléfono y, con las manos temblorosas, marcó al 911.

De la tierra suelta y removida empezó a asomar lentamente una mano humana. Pálida, como sin vida, con arena pegada a la piel, medio enterrada en el hoyo que había cavado el perro.

El hombre retrocedió horrorizado, casi cayéndose. Su corazón latía frenéticamente. Finalmente, alguien contestó al otro lado de la línea.

— Hola… por favor… es urgente… — su voz temblaba — Aquí… en la playa… el perro ha desenterrado una mano humana.

En pocos minutos, la playa se llenó de policías y rescatistas. Se acordonó el área alrededor del montón de arena, y se pidió a los presentes que se retiraran.

La gente miraba con asombro y temor cómo los oficiales comenzaron a excavar cuidadosamente con palas.

Lo que encontraron después dejó a todos en shock. Bajo la arena había el cuerpo de una mujer, colocado cuidadosamente en el hoyo. Todo, excepto la cabeza. La cabeza… no estaba. Y al seguir cavando, la policía no encontró rastro de ella cerca.

Este macabro hallazgo rompió la tranquilidad del pueblo costero. La playa, lugar de descanso y alegría, se convirtió de repente en una escena de crimen.

La policía inició una investigación urgente.

Y el perro… ya no ladró más. Se sentó tranquilo junto a su dueño, como si supiera que había hecho algo importante. Tal vez, había ayudado a empezar la búsqueda de la verdad.

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