Los hijos y nietos no pudieron venir al cumpleaños de la abuela, así que ideé un plan para salvar su celebración.

Interesante

Noté que nuestra clienta habitual — una mujer de unos 65 años — estaba sentada sola frente a una gran mesa llena de comida y bebidas 😢. Se veía muy triste, y de inmediato entendí que algo le pasaba.

— ¿Qué pasa? ¿Por qué está tan triste hoy? — decidí preguntarle.

— Hoy es mi aniversario, y estoy sola. Invité a mis hijos, a mis nietos… pero ninguno vino. Tienen sus propias preocupaciones, trabajo… Nadie pudo venir.

Mi corazón se encogió, comprendí que debía salvar la celebración de nuestra querida clienta. Te cuento lo que hice y espero que valores mi buen gesto 👇👇

Trabajo en un café desde hace varios años, y en ese tiempo me he convertido en parte de este pequeño rincón de la ciudad, donde cada día se parece al anterior, pero siempre con algo especial.

Especialmente recuerdo a una clienta — una mujer mayor de unos 65 años — que venía casi todos los días. A veces pedía algo para comer, y otras simplemente se sentaba con una taza de café, sumida en sus pensamientos.

Nadie sabía su nombre, y en cierto sentido se volvió parte del café.

Ese día empecé mi segundo turno, como siempre, a las 14:00. La vi — la anciana sentada en una gran mesa en una esquina del salón. Algo no estaba bien. Normalmente se sentaba junto a la ventana, pero hoy… se veía muy sola.

Me acerqué y la saludé.

Ella me miró con ojos cansados y respondió en voz baja:

— Buen día.

Había tanta tristeza en su voz que supe al instante que algo andaba mal.

— ¿Qué pasa? ¿Por qué está tan triste hoy?

— Hoy es mi aniversario, y estoy sola. Invité a mis hijos, a mis nietos… pero ninguno vino. Tienen sus propias preocupaciones, trabajo… Nadie pudo venir.

Sentí un peso en el alma. Ella estaba sentada en el café, sola, en ese día tan importante.

— Entiendo que eso le causa mucha tristeza, ¿verdad? — pregunté con cuidado.

Ella asintió y suspiró, mirando de nuevo por la ventana.

Sabía que no podía quedarme de brazos cruzados. Tenía que hacer algo. Y entonces se me ocurrió una idea.

— ¿Y si le hacemos una pequeña sorpresa? Puedo ofrecerle algo especial, como a nuestro cliente más valioso.

Ella me miró con interés.

— ¿Qué quiere decir? — preguntó, aunque aún se notaba desconfianza en su voz.

Sonreí.

— Le propongo que hoy pase este día como si tuviera visitas. Que sean nuestros empleados, yo también estaré encantado de hacerle compañía.

Pedí a mis compañeros que tomaran un pequeño descanso, y juntos preparamos la mesa. La decoramos con flores, añadimos varios postres y bebidas, y la invité a sentarse.

Pronto la mujer se sintió mucho mejor. Comenzó a sonreír, y su mirada se volvió más viva. Cuando probó el primer trozo de pastel, sus ojos brillaron como los de una niña pequeña.

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