Hace poco, mi suegra nos invitó a mi esposo y a mí a su casa, diciendo que tenía algo importante que decirnos.
— A veces soy difícil, insoportable incluso, pero quiero que sepas cuánto los quiero —me dijo, y al entregarme una enorme caja, añadió—: Lo he pensado mucho… Toma.
Me sorprendí, porque nunca antes me había hecho un regalo. Y cuando vi lo que había dentro de la caja, casi me pongo a llorar. Jamás hubiera esperado algo así de mi suegra.

Les cuento mi historia más abajo 👇👇
Me casé joven, justo después de terminar la secundaria, y ya han pasado quince años desde entonces. Mi vida ha cambiado mucho: me convertí en madre de tres hijos, logré avanzar en mi carrera, trabajé en mi desarrollo personal y hasta tengo un blog.
Pero hoy quiero hablarles de una persona que ha tenido un papel muy importante en mi vida: mi suegra.
Soy hija única y perdí a mi madre cuando tenía apenas cinco años. Crecí bajo el cuidado de mi abuela, y sinceramente, nunca imaginé que alguna mujer pudiera ocupar en mi corazón el lugar de una madre.
Y entonces apareció ella: mi suegra. Sí, es una persona particular, con un carácter que no siempre es fácil. A veces era difícil entender sus reacciones.

Por ejemplo, cuando nacieron mi primer y mi tercer hijo, estaba radiante de felicidad. Pero con mi segundo hijo, no mostró el mismo afecto. Con el tiempo llegó a quererlo también, pero ese período distante siempre me pareció un misterio.
Después del nacimiento de nuestro primer hijo, nos mudamos de la casa de mi suegra, pero ella seguía viniendo seguido, ayudando en casa y cuidando a su nieto.
Hoy en día ya tiene más de 60 años, pero sigue cocinando con gusto para su hijo y para mí. Y hace poco, nos llamó a mi esposo y a mí para una conversación importante.
— A veces soy difícil, pero quiero que sepas cuánto los quiero —me dijo mientras me entregaba el regalo—. Lo he pensado mucho… Toma.
Abrí la caja y no podía creer lo que veía: dentro había un abrigo de visón. Me quedé en shock.
— Mamá, ¿pero de dónde salió el dinero? —le pregunté, sin saber qué decir.

— Eso no importa —respondió con una sonrisa—. Anda, pruébatelo.
No pude contener la emoción —en ese momento me sentí profundamente amada. Mi suegra probablemente había estado ahorrando durante años para hacerme ese regalo.
Y ese gesto no era solo una prenda costosa; era un símbolo de algo mucho más grande: que me había aceptado como a una hija. Tengo una madre.







