Le permití a mi exmarido vivir en mi apartamento, pero al cabo de un tiempo no lo soporté más y simplemente lo eché.

Interesante

Nunca pensé que acabaría en una situación así. Todo empezó con Ethan.

Estuvimos juntos durante dos años. Con el tiempo, el amor se desvaneció. Pero incluso cuando todo terminó, seguía preocupándome por él.

Por eso, cuando me llamó aquella noche, no dudé en ofrecerle la habitación de invitados. Se había separado de su esposa y no sabía adónde ir.

Pensé que estaba haciendo una buena acción. Pero las buenas acciones, a veces, se vuelven en tu contra.

Al principio, Ethan se comportaba bien. Llegaba tarde, comía en silencio en la cocina y se iba a su habitación. Me parecía algo temporal.

Pero todo cambió. Una noche invitó a un amigo a mi casa.

No le di importancia. Ethan tenía derecho a su vida privada, incluso bajo mi techo.

Pero unos días después empezaron a ocurrir cosas más inquietantes, y mi paciencia llegó a su límite. Simplemente lo eché de mi casa ⬇️⬇️

El caso es que empezaron a aparecer mujeres en mi casa.

Al principio pensé que era una coincidencia: una visita, alguien que pasaba a tomar un café. Pero pronto se volvió una costumbre.

Venían por la noche, a veces se quedaban hasta la mañana. Sus voces — risas apagadas, susurros, a veces demasiado altos como para ignorarlos — se colaban por las paredes, llenando mi hogar de una presencia ajena.

Intenté convencerme de que no tenía derecho a molestarme. Ya no estábamos juntos. Él podía hacer lo que quisiera. Pero en mi propia casa, empecé a sentirme como una invitada.

Hasta que un día ya no pude callar.

— Ethan, tenemos que hablar.

Él levantó la vista del teléfono, me miró con desgana.

— ¿Sobre qué?

— Sobre las mujeres que estás trayendo.

Frunció el ceño, sin entender del todo adónde quería llegar.

— Te ofrecí la habitación de invitados, no para que convirtieras mi casa en un lugar de citas.

Ethan suspiró pesadamente y se recostó en la silla.

— Sara, ya no estamos juntos. No puedes controlar a quién traigo.

Cerré los puños.

— No se trata de que hayamos terminado. Se trata de respeto. Hice algo bueno por ti, y tú actúas como si yo no existiera.

Se burló, puso los ojos en blanco.

— Estás exagerando todo esto.

Esas palabras fueron la gota que colmó el vaso.

— Creo que es hora de que te vayas —dije en voz baja.

Su rostro mostró sorpresa por un instante, pero luego simplemente se encogió de hombros.

— Está bien. Pero no finjas que soy yo el que está actuando mal.

Hizo las maletas al día siguiente y se fue sin despedirse.

Hice por él más de lo que merecía, y a cambio solo recibí indiferencia.

Pero me protegí a mí misma. Y eso era lo más importante.

Оцените статью
Добавить комментарий