Mi nieta me echó de mi propio piso por su nuevo novio: unas semanas después, la policía vino a por ella y su prometido.

Interesante

Crie sola a mi nieta. Después de que sus padres fallecieran, yo la alimenté, la cuidé, le leía cuentos por la noche… Y hace unos años, cuando mi salud empezó a deteriorarse, con alegría puse el piso a su nombre. Pensaba: “Es mi sangre. No me va a abandonar. Me cuidará.”

Pero un día llegó a casa con los ojos brillantes y un anillo en el dedo.

— ¡Abuela, me voy a casar! —exclamó—. Y… vas a tener que mudarte. Mi prometido y yo queremos empezar nuestra vida juntos. Aquí no hay sitio para ancianos.

La miré sin poder creerlo. Como si todos esos años de amor y cuidados se hubieran borrado en un instante.

— Te lo ruego, no hagas esto —susurré.

Pero ya no me escuchaba. Al día siguiente, estaba en la calle con una bolsa en la mano y la puerta se cerró delante de mí. Por suerte, mi vecina estaba cerca. Me invitó a su casa, me dio de comer y, después de escuchar toda la historia, apretó los labios:

— Hay que darle una lección a tu nieta. Tengo un plan…

Durante una semana, investigamos todo sobre su prometido. Resultó que no era quien aparentaba ser. Mi vecina, a través de su sobrino que es informático, pidió una verificación —y descubrimos que ya había estado casado.

Y más de una vez. Sus exmujeres quedaron sin dinero y con el corazón roto. Era un cazador de bienes.

No intervenimos de inmediato. Les dejamos celebrar la boda. Y una semana después de la ceremonia, llamé a la puerta de mi antiguo piso con una copia de un documento: un testamento que había redactado antes de firmar la donación.

Y con un USB. En él, un vídeo en el que el prometido de mi nieta hablaba por teléfono organizando la venta del piso. Cámara oculta, todo en regla.

No fui sola. Me acompañaron dos periodistas de un canal local —después de todo, “una jubilada es echada de su piso” es una historia candente. Y ahora, con un estafador y un escándalo, aún más.

Mi nieta, al ver todo aquello, se puso pálida. Su prometido desapareció tres días después. El piso fue embargado como bien obtenido mediante fraude. La donación fue declarada nula por presión y engaño.

Volví a casa. Pero ya no sola.

¿Y mi nieta?

Un día llamó a mi puerta. Llorando.

— Perdóname, abuela…

La miré. Y en ese momento entendí: el castigo no es perder un piso. Es perder la confianza.

Abrí la puerta. Pero solo a la mitad.

— Empecemos con un café —le dije—. Pero en este piso ahora hay reglas.

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