Mi hija se casó hace nueve años. Desde entonces, en su casa no se escuchan más que voces de niños, gritos, risas y, por supuesto, llanto. Ya tienen seis hijos y, al parecer, mi hija está eternamente embarazada. ¿Saben cómo hace para llegar a todo? No lo hace. Soy yo quien carga con su casa a cuestas.

Cada día, después del trabajo, corría a su casa. Cocinaba la cena, ayudaba a los mayores con los deberes, acunaba a los más pequeños. ¿Y los fines de semana? Ni soñar con descansar: me convertía, literalmente, en una empleada doméstica. Sentía que me estaba convirtiendo en una esclava, sin libertad.
Pero todo se volvió insoportable cuando noté que mi hija estaba embarazada otra vez. Sentí cómo se me encogía el corazón. ¿Hasta cuándo iba a seguir esto? Entendí que no podía seguir así. Tuve que hacer algo que hizo que mi familia me diera la espalda, pero no me arrepiento de nada. 😢
Cuento mi historia aquí abajo 👇👇
Mi hermana llevaba tiempo invitándome a vivir con ella. Ella y su marido tienen una casa acogedora junto al mar. Allí hay silencio, aire fresco, paz. Ese día tomé una decisión que venía madurando desde hacía tiempo.

— Perdóname, hija — le dije —, pero educa a tus hijos tú misma. Yo ya no puedo más.
Sus ojos se llenaron de lágrimas y se ofendió. Pero yo ya no tenía fuerzas. Hice las maletas, alquilé mi piso y me mudé con mi hermana.
Allí, junto al mar, fue como volver a encontrarme a mí misma. Conseguí un trabajo, empecé a vivir para mí. Parte de mi sueldo se lo envío a mi hija — no quiero que los niños sufran. Pero ¿volver? Jamás.

Los familiares me miran con juicio, piensan que soy una egoísta. Pero no saben lo que pasaba dentro de mí durante todos esos años. Por fin entendí que, a veces, para no perderte a ti misma, tienes que aprender a decir “no”, incluso a los más cercanos.
Ahora disfruto de la paz… y mi hija… creo que se las arregla. Ha tenido que aprender a vivir sin mi ayuda constante. Es lo mejor que pude hacer por ella: darle la oportunidad de volverse independiente.