La madre de mi esposo sugirió una prueba de paternidad: así fue como tomé mi decisión.

Interesante

Estuvimos casados con Marek durante casi cuatro años. Nuestro matrimonio no era perfecto, pero nos amábamos y tratábamos de resolver todos los problemas juntos.

Sin embargo, siempre hubo una dificultad en nuestra relación: su madre, Karolina.

Nunca ocultó que no le agradaba. Por suerte, vivíamos separados y nuestras visitas se limitaban a las fiestas. Trataba de no prestar atención a sus comentarios, pero después del nacimiento de nuestro hijo, la situación cambió.

Karolina empezó a venir casi todos los días. Al principio pensé que solo quería ayudar, ver a su nieto o dar algún consejo. Pero pronto quedó claro que tenía otras intenciones.

— Marek, tienes que hacerte una prueba de ADN — repetía una y otra vez.

— Mamá, basta — le decía Marek. — Es mi hijo, no necesitamos comprobarlo.

— ¿De verdad? ¿No lo ves? Míralo bien. No se parece en nada a ti. Tiene el cabello claro, otros ojos. ¿No lo notas?

Trataba de no reaccionar. Al fin y al cabo, Marek conocía la verdad. Confiaba en mí. Pero Karolina era más insistente de lo que imaginaba.

Todos los días hablaba con él, discutía con otros familiares y los convencía de que el niño no era suyo. Y comenzaron a creerle.

Un día, Marek volvió a casa con un estado de ánimo extraño. Callado, evitaba mirarme a los ojos. Supe que algo no andaba bien.

— Lo siento, pero mi madre no deja de insistir. ¿Y si tiene razón? Quizás deberíamos hacernos la prueba, para cerrar este tema de una vez.

Me dolió. Sabía que el niño era suyo, pero esa petición me lastimó profundamente. No confiaba en mí.

— Está bien — dije. — Hagamos la prueba. Pero después harás lo que yo diga.

Marek me miró sorprendido, pero aceptó.

Hicimos la prueba. A los pocos días llegaron los resultados: “Probabilidad de paternidad — 99.99 %”. Marek suspiró aliviado, y Karolina, por primera vez, se quedó sin palabras.

— ¿Y bien, mamá? ¿Estás satisfecha ahora? — le preguntó Marek.

Ella se encogió de hombros.

— Bueno, me equivoqué. Pero aún así…

No quise seguir escuchándola. Ya estaba empezando a hacer mi maleta.

— ¿A dónde vas? — preguntó Marek, atónito.

— Me voy — respondí, tomando al niño en brazos y mirándolo a los ojos. — No puedo vivir con alguien que no confía en mí.

— ¡Lo siento, tenía razón! ¡No quería hacerte daño! ¡Es culpa de mi madre…!

— Le permitiste destruir nuestra relación. Ahora vive con esa decisión.

Me fui. Desde entonces no volví a hablar ni con Marek ni con su familia. Llamaba, escribía, pedía perdón, pero ya era demasiado tarde. Cuando la confianza se rompe, no se puede reparar.

Оцените статью
Добавить комментарий