Cuando me enteré de que mis padres habían utilizado el dinero destinado a mi educación para otros fines, me quedé conmocionada. No solo destruyó mis planes de futuro, sino que también trajo consecuencias legales.

Mi abuela Marta siempre fue para mí un ejemplo inspirador. Rompió las tradiciones familiares, obtuvo educación y se convirtió en doctora. Solía decir: «No dejes que nadie te quite el deseo de saber».
Mi madre siempre decía que en nuestra familia las mujeres debían ser principalmente madres y esposas, no científicas. Pero mi abuela Marta siempre insistió en que la educación es libertad.
Antes de su muerte, mi abuela abrió cuentas de ahorro para todas las mujeres de nuestra familia para ayudarlas en sus estudios. Sin embargo, mis padres consideraron ese dinero como fondos disponibles que podían usar.
Me aseguraron que el dinero para mi educación estaba en mi cuenta y que nadie lo tocaría. Pero cuando mi abuela falleció, aún creía que su regalo abriría puertas para mi futuro.

Estudiaba con dedicación, sin dudar que el dinero para mis estudios siempre estaría disponible. Pero cuando fui al banco para retirar fondos para el primer semestre, resultó que no había dinero. La cantidad restante era mucho menor de lo que debería haber sido.
Me contacté con el banco y rápidamente me di cuenta de que el dinero había sido utilizado. Mis padres admitieron que lo habían gastado en la boda de mi hermano. Estaba en shock, pero mi madre dijo que esos fondos eran para las necesidades de la familia y que «me arreglaría».
Me dolió mucho que mis propios padres no respetaran las promesas de mi abuela y no entendieran lo importante que era para mí esa educación. Insistí en que el dinero era para mis estudios, no para sus necesidades.
Al ordenar las cosas de mi abuela, encontré un testamento con una cláusula legal importante: si el dinero había sido malgastado, tenía derecho a recuperarlo.
Les conté a mis padres sobre el aspecto legal del asunto y quedaron conmocionados. Cuando mi abogado les informó que podía llevar el caso a los tribunales, empezaron a resistirse. Mi madre dijo que sería una vergüenza para la familia, pero yo mantuve mi decisión firme.

«Si hubieran pedido el dinero, podría haber ayudado», les dije.
Finalmente, mis padres me devolvieron el dinero, temiendo las consecuencias legales. Pude continuar con mis estudios y obtener una educación que no solo me brindó conocimiento, sino también una forma de vida en la que yo decidía mis metas y caminos.
Esta experiencia me enseñó que, incluso en las situaciones más difíciles, vale la pena mantenerte firme y defender tus derechos. Comprendí que, a pesar de todas las dificultades, puedo cambiar mi vida y mi futuro.